sábado, 6 de febrero de 2010

En solo una noche...

El amante se pasea desnudo junto a la ventana, resguardada de la luz del exterior por una raída persiana, carcomida por el paso de los años de la que se descuelgan trozos de pintura amarillenta. Entre sus pequeños huecos se cuela la luz lechosa de la luna, haciendo así que la identidad siga suiendo oculta, tan solo adivinando los minúsculos destellos que se provocan en el pecho y espalda a causa del sudor. Pero los ojos, los ojos permanecen a la deriva, en el mar de silencio y oscuridad en el que se ha convertido la habitación.
Ella, que tirada en la cama yace, como muerta después del orgasmo, con los brazos abiertos y las piernas dobladas, respira el aroma del cigarrillo que se consume entre sus dedos. Su rostro permanece inexpresivo, buscando al amante entre sombras, con lágrimas que sin darse cuenta derrama, recorriendo sus acaloradas mejillas.
Él sigue de pie, sin atreverse a mirar a la cama sin atreverse a sentir otra vez la pesambre de lo que está haciendo. Pero recuerda que, de todas las maneras necesita girarse y preguntarle que cuándo se va, mientras que mira fijamente la parpadeante luz del despertador, que, justamente marca las 00.00 .
Hora de comenzar de nuevo...

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